Yo también quiero
En este muy buen libro, la Argentina aparece como uno de los protagonistas de la proto-globalización de la bélle epoque. Un poco me gusta por eso, porque figuramos. Más aún: figuramos y en muchos sentidos somos récord. Por ejemplo, durante parte de esa época (1880-1910) fuimos el país con mayor tasa de inmigración del mundo. También somos, durante ese período, un caso extremo de ampliación de la desigualdad. La medida que usa esta gente es rentas/salario, que puede interpretarse como cuánto tenía que laburar un asalariado para comprarse un pedazo de tierra. Somos un caso extremo porque en esos treinta años el cociente renta/salario se multiplicó por cinco, es decir, un laburante podía comprar con su salario de 1910 la quinta parte de la tierra que podía adquirir en el 80. O, a la inversa: un terrateniente podía contratar con el producto de su tierra en 1910 el quíntuple de trabajadores que cuando llegó Roca al poder.
Vamos a la actualidad. Según Ambito, desde el 2001 al 2005 el precio de los campos subió 80% en dólares. Si suponemos que la gente es más o menos lógica, la renta del campo tiene que haber aumentado en proporción; si no hubiera aumentado tanto, sería una fija comprar más campos antes que cualquier otra inversión y los precios subirían. Es decir que podemos suponer, como aproximación, que la rentabilidad de los campos subió un 80% en dólares, digamos, de US$ 100 a US$ 180. Es decir que en pesos se multiplicó por 5 (digamos, de $100 a $500 (=180 x 2,8)). Los salarios en pesos subieron, en cambio, un 45%. Es decir que la proporción renta/salario se multiplicó por 3,45 (=500/145). En otras palabras: en cuatro años de gobiernos peronistas la brecha entre el terrateniente y el trabajador raso se triplicó largamente. O bien: en cuatro años la ampliación de esa brecha fue el 70% de lo que aumentó en los treinta años del modelo agroexportador que le permitía a Evita ser enemiga de la oligarquía terrateniente.
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