martes, mayo 16, 2006
demasiado humano
¿Por qué está tan buena la peli de los pingüinos? Ok, ok, no es perfecta si estás en el detalle: La Platea de Doctrina le pone tres estrellitas porque no le gustan las voces, y algo de razón tiene. (Fijate en cambio que los lectores de La Platea le ponen cinco). Yo si estuviera en esa vena agregaría que no entiendo por qué un nombre con doble sentido y que alude a cosas grandiosas, como "La Marcha del Emperador", se transforma en el más insípido "La marcha de los pingüinos".
Pero para el público raso, del que Rollo se considera parte, es un peliculón. Y es una gran película porque una historia tan extraordinaria tiene que estar muy mal contada para no ser buena. La epopeya que tienen que enfrentar estos pingüinos para procrear la podés leer en la wikipedia. Y es una epopeya que te moviliza por varias razones.
Primero, la locura. En contextos de crisis, Darwin premia a los locos. Cuando los hielos se empezaron a derretir (o en alguno de los ciclos de su derretimiento) segurmante desaparecieron por bandadas, estos pobre pingüinos, porque el hielo de su hábitat se volvió demasiado tenue o filoso para sostener a los huevos. Hubo algún loco que caminó 90 kilómetros con su pareja y encontró un lugar más firme. Sólo esos locos sobrevivieron, y lo que vemos es la descendencia de ese par de genios.
Segundo, los machos. La cría es tan del macho como de la hembra: el macho se pasa 65 días, los más duros del invierno, con el huevo entre las patas, mientras las damas vuelven al mar para comer. Mami y papi son parecidos. Cuestión de pingüinos: hace unos años el NYTimes aseguró que en el Central Park Zoo dos machos formaron pareja, y empollaron.
Tercero, su humanidad. Quizás vemos en ellos lo que ya no tenemos. No me refiero a su carácter de serial monogamists (por default, cambian de pareja todos los años, pero si ambos lo desean mucho pueden repetir pareja). Pienso en el carácter colectivo de su aventura. Los vemos y nos damos cuenta que así fuimos alguna vez: marchábamos en bandas, nos cuidábamos unos a otros, armábamos un griterío ante un peligro, dormíamos, procreábamos y comíamos unos al lado de otros. En la era del hielo el calor no venía del sol ni de la losa radiante -- venía de nosotros mismos.
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