jueves, mayo 18, 2006

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No entiendo cómo este intento infructuoso por definir la política económica de Kirchner -a tres años de su inesperada llegada a la Presidencia- pasó por el exigente filtro de la Revista Noticias, pero en fin. ¿Provincianismo globalizado? What? Mientras esperamos un avión a la provincia de Don Arturo (donde deberemos concetrarnos en no pronunciar la palabra "provincianismo"), decidimos relajar nuestro aun más exigente filtro, y postear la versión completa:


¿Tercer o cuarto anviersario? Qué diablos es la política económica kirchnerista

En el laboratorio incomprensible de los economistas, un índice con nombre estalinista (“Serie Desestacionalizada Suavizada del Índice del Volumen Físico del Estimador Mensual de Actividad Económica”) señala con precisión una fecha emblemática de la historia económica argentina: mayo de 2002. A partir de ese mes, la economía argentina volvió a crecer luego de cuatro años de depresión. Exactamente un año después, Néstor Kirchner asumía la Presidencia de la Nación. Para cuando Kirchner cumpla tres años en el sillón de Rivadavia, ese índice de producción estará ya un 40% arriba del de mayo de 2002.

Los tiempos de la economía son a menudo distintos que los de la política. Cuando Kirchner llegó a la presidencia la economía llevaba un año de recuperación y ya se delineaban los fundamentos macroeconómicos de una nueva etapa: dólar alto, superávit fiscal, recuperación del empleo gracias a la reducción drástica de los salarios reales, contracara de ese tipo de cambio elevado. El carácter continuista de la economía de Kirchner respecto a la de Duhalde fue tan nítido como un nombre y un apellido: Roberto Lavagna.

¿Cuál es, entonces, la fecha inicial del Modelo K? ¿Mayo de 2002 o mayo de 2003? La pregunta es relevante no sólo para establecer una periodización, sino también para intentar detectar los componentes estrictamente kirchneristas de la economía kirchnerista. ¿Cuánto tiene de Kirchner la economía kirchnerista, y cuánto tiene, en cambio, de herencias, de condicionamientos, de azares?

Un ejercicio simple para especular sobre la contribución específica del presidente a su economía es imaginar estos tres años como si el ungido de 2003 no hubiese sido Kirchner sino algún otro: aquel De la Sota que “no medía” en la calculadora duhaldista cuando cerraba 2002; el Reutemann que abandonó la carrera después de ver “algo que no me gustó”; el propio Menem, con chances si las elecciones hubiesen sido más temprano; o hasta López Murphy, quien no estuvo lejos de moderle a Kirchner, sobre todo entre votantes progres de la Capital y el primer cordón, esos tres puntos porcentuales que habrían eliminado la diferencia de 6% que acabó por colocar al santacruceño en el ballotage.

Tomemos entre ellos un caso que no sea extremo: Reutemann, por ejemplo, apoyado por el duhaldismo. ¿Qué habría hecho con la economía? Difícilmente habría cambiado radicalmente los fundamentos macroeconómicos que heredaba. Sí es imaginable una política cambiaria algo menos fundamentalista que la de Kirchner, con Prat Gay a la cabeza de una apreciación gradual, acelerada si a pesar de ella asomaba la amenaza inflacionaria. También es posible concebir, en una imaginaria admninistración reutemista de 2003-2007, una política algo más predecible en materia de retenciones –quizás con un calendario de bajas graduales– y de tarifas –acaso con uno de alzas–. Posiblemente la recuperación salarial habría sido más espontánea que dirigida desde el Estado.

Respecto al tema fundamental de la renegociación de la deuda, es difícil imaginar un discurso de Reutemann tan combativo como el de Kirchner, pero tampoco puede pensarse en un acuerdo con los acreedores mucho menos favorable que el obtenido, porque cualquier otro habría colocado en riesgo inmediato en las cuentas del Estado. Los presidentes no suelen suicidarse a sabiendas.

En estos rubros centrales, pues, las diferencias son de grado y no de naturaleza. Con un contexto internacional igual al de Kirchner cuesta creer que los resultados económicos de la Administración Reutemann habrían sido muy distintos – con excepción, quizás, de una inflación algo más baja, y también menos despareja entre sectores.

Es en cuestiones que tienen menor profundidad donde se ensancha la distancia entre la política económica de los Presidentes Reutemann y Kirchner. La suspensión a las exportaciones de carne, la obsesión con el precio de –digamos– las cucharitas para helado, la multiplicación de excepciones al Mercosur, la aparentemente poco previsora política de inversión pública, la asunción virtual del Presidente como su propio ministro de economía –esto es, como presidente de la Asociación de Defensa del Consumidor–, el no tan relevante pago de la deuda al Fondo Monetario, en fin, la personalización de toda relación económica como un conflicto entre el Bien y el Mal: todo eso suena más difícil de imaginar con un Reutemann presidente.

Es difícil saber cuánto impactan en el desempeño económico estos comportamientos extraños, pero su influencia parece menor al lado de la combinación entre macroeconomía saludable y contexto externo favorable.

(En verdad, es fuera de la política económica, y dentro del campo de la política a secas donde es más fácil distinguir lo específicamente kirchnerista de la presidencia de Kirchner. Hay allí dos grandes aciertos. Uno es de construcción: Kirchner ha sido eficaz elaborando un discurso que apela al pueblo en defensa de políticas no muy claramente populares. Fueron decisivas para ello las invenciones de Enemigos del Pueblo conforme lo requiriera la ocasión: los noventistas, los agricultores, las empresas privatizadas, los supermercados, el Fondo Monetario. El segundo gran acierto fue de destrucción, y se consumó con un golpe mortal en la cabeza de Eduardo Duhalde).

¿Cómo caracterizar, entonces, a la Kirchenomics? ¿Es Kirchner un populista, como se lo describe con algún recelo en el Financial Times o en el Economist? Difícilmente: una de las marcas esenciales del populismo económico es el endeudamiento, y la política del presidente ha estado en sus antípodas. ¿Es Kirchner un heterodoxo? De nuevo: difícil, salvo que redefinamos las palabras de manera que los heterodoxos de hoy sean más parecidos a los ortodoxos de ayer. ¿Es, enconces, un ortodoxo? Hay quien desde el principio de su gobierno ha arriesgado esa intrépida teoría, pero hoy parece difícil de sostener si se contemplan, por ejemplo, los métodos toscos de la política antiinflacionaria.

Es lamentable no poder definir a la economía de Kirchner sin entrar en el gris terreno de los grises. O, más bien, de los blancos y los negros. Kirchner es un provinciano súbitamente globalizado, y en ese oxímoron puede estar la clave de su inclasificable política económica. El provincianismo globalizado acepta las reglas más elementales de la época: la apertura de la economía, la necesidad de tener las cuentas en orden y de no arriesgar la comeptitividad con apreciaciones cambiarias bruscas. Más aún: en su dificultad para comprender las sutilezas de la ciencia maldita de la economía, el provinicanismo globalizado se aferra a ese ABC de la globalización con la misma fe que el predicador de barrio se abraza a su biblia.

Es fuera de esos mandamientos básicos donde aparecen a sus anchas los modos provincianos. Para la mirada provinciana la economía no es un sistema complejo de piezas que interactúan: es el encuentro cara a cara entre el almacenero y su cliente. El sistema se personifica: cada problema es una culpa, cada factor causal es un culpable. La vindicación requiere no de un sabio sino de un justiciero, porque donde los sabios ven molinos de viento hay en realidad unos gigantes.

Mientras las grandes líneas macroeconómicas se mantengan y el mundo siga jugando a favor, nuestro Quijote podrá seguir convencido, y convenciendo, de que su espada o su Dulcinea son la fuente de esta economía soñada. El caballero de la triste figura tendrá, en ese caso, una larga vida.

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