Además del default, el secreto de la mejora fiscal estuvo en la depreciación real. Los salarios subían menos que el dólar y que los precios. El gasto público tiene mucho de salarios, en cambio la recaudación depende de los precios (en IVA, transacciones, ganancias) y el dólar (retenciones), así que la ecuación mejoraba. En ese contexto, la resistencia a una apreciación nominal tenía un buen argumento: con la apreciación nominal, los ingresos nominales se reducen y, como los salarios no los vas a bajar, el dólar recontraalto era fiscalmente responsable.
Está claro que ese camino se agotó ya hace un tiempo. Entramos en la zona del dinero neutral: podés elegir entre una economía de dólar alto, con inflación de precios y subas de 20% en los salarios; o una de dólar más bajo y una recuperación de los salarios más moderada en términos nominales pero igual en poder de compra, porque la inflación es más baja.
Por cualquiera de los caminos, la situación fiscal se complica con la apreciación real. Y es interesante que se complica más en las provincias que en la Nación. No es que Solá sea más irresponsable que Kirchner. En las cuentas de la Nación, una parte importante de los gastos son transferencias a las provincias. Estas transferencias siguen a la recaudación, y aumentan proporcionalmente con ellas. Si hay más inflación, suben los ingresos en proporción las transferencias.
En cambio para las provincias los pagos salariales son una parte mucho mayor de los gastos. Ya en 2005, un 46% del aumento en el gasto primario se debió a las subas de salarios. En la provincia de Buenos Aires, los aumentos de salarios costarán este año 800 millones, es decir que explicarán sobradamante el déficit, estimado entre 500 y 800 millones.
Todo muy lindo, todo muy explicable: pero no podés tener déficit fiscal en una economía que crece a más del 8% por cuarto año consecutivo.
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