Y eso que dejé para otro post la parte donde habla de la inferioridad racial de los de tierra adentro:
Para esplicarse pues esa verdadera aberración, puesto que no es admisible que en un pueblo compuesto de hombres concientes y capaces de darse cuenta del valor relativo de los que aspiran a dirigir los negocios públicos [...] es necesario ante todo estudiar los elementos constitutivos de la población o sociabilidad de las provincias que, en los últimos tiempos, han sido los núcleos donde se han incubado las reacciones contra todo lo que fuera libertad política y buen orden administrativo, o de dónde han recibido eficaz apoyo los que en la capital han actuado en el mismo sentido. Es además, de esas provincias de donde han venido la mayor parte de los que sólo han buscado los altos y aun secundarios puestos de la administración, para satisfacer su sed de dinero y de goces materiales, convirtiendo las funciones de gobierno en un mercado en que todo tenía precio. Y es en ellas –como natural consecuencia de los abusos por sus mandones locales cometidos, y por la falta de elementos propios de vida, que les quita el derecho de atribuirse, como se han atribuido y lo pretenden todavía el derecho de representar los intereses de la gran mayoría del país que no ha descendido tan bajo en su nivel moral, ni olvida que la primera ley humana es la del trabajo– donde hoy más arrecia la crisis financiera y donde la miseria del pueblo llega a extremos de hacer la vida casi imposible.[...] Ya hoy mismo, una buena parte de los senadores y diputados que ocupan una banca en el Congreso, no representan a pueblos o provincias que valgan en la debida proporción, es decir, que tengan un volumen político y económico que los ponga en condiciones de figurar al lado de las otras, como entidades ponderables dignas de ser tenidas en cuenta, en esa escala, en las deliberaciones de aquel alto cuerpo; siendo una verdadera anomalía que se hayan admitido y figuren como estados federales, acordándoles el derecho de influir y decidir con su voto, en la solución de cuestiones financieras, que no las afectan sino en mínima parte, puesto que contribuyen apenas en proporción verdaderamente infinitesimal, a la formación del tesoro nacional, sacándole en subvenciones una suma muy superior a la que aportan.
Pero hay más.
Es indudable que el mismo argumento puede aplicarse a otras más pobladas, que pretenden influir, en primera línea, en la marcha política del país, pues no debe racionalmente computarse, como cantidad igual para aquel objeto, la enclenque población de algunas ciudades mediterráneas, que nada producen y muy poco consumen con la que, en el litoral se entregan con febril actividad al trabajo que todo lo fecunda. No es sin embargo, nuestro propósito, hacer propaganda en favor de la idea, que tantas veces se ha enunciado, de restablecer el equilibrio político, haciendo de dos o tres provincias, de escasa población y recursos, una que viniera a colocarse, por su incremento en ambos sentidos, en condiciones de alternar, sin mengua de la justicia, al lado d las que tienen la necesaria importancia para figurar como estados federales. No, no es esa nuestra idea, por más que ella ha debido imponerse a los que constituyeron la nación, como un acto necesario para evitar las graves dificultades con que hoy tropezamos. Porque, ya lo hemos dicho, la indebida representación en el senado, de provincias que no lo son, sino en nombre, disminuye la influencia de las que, por su riqueza y estado superior de ilustración y cultura, debieran tenerla, decisiva, en las cuestiones que afectan el desarrollo de esa riqueza y el progreso institucional, intelectual y moral del país.
Es de toda evidencia, que no pueden pensar el mismo modo, a esos diversos respectos, los hombres criados y educados en puntos lejanos del litoral, donde el medio ambiente que se respira es el de una holgazanería patriarcal, y en los que se vive intelectualmente, más de las reminiscencias del pasado y de las patrióticas aspiraciones de un mejor porvenir, y los de las provincias cuya posición topográfica y la afluencia de inmigración, pone a sus habitantes en contacto con las ideas y adelantos de la moderna civilización, despertando en ellos, no sólo mayores deseos de bienestar y progreso, sino sentimientos de fraternidad y tolerancia hacia el extranjero, casi desconocidos en las gentes de tierra adentro.
Curiosamente, se oponen a un nuevo censo hasta no reformar la Constitución, pensando más en el número absoluto de representantes del Interior -que aumentaría algo sin la reforma- que en su participación relativa:
[...] No, ya que no intentamos siquiera hacer desaparecer esas provincias liliputienses, esos verdaderos reinos de Mosquitia, que sostienen en el Interior su rango de tales, con las contribuciones que pagan los hombres trabajadores, es decir, las razas más productoras y consumidoras del litoral; no levantemos al menos el nuevo censo, antes de reformar la constitución en la parte que dispone que se elija un diputado por cada veinte mil habitantes, pues, haciéndolo, aumentaríamos enormemente los gastos públicos y nos espondríamos a nuevas decepciones sobre la preparación y tendencia de los diputados. No es cuestión de que, si no basta un cañonazo, se tiren dos, pues no es la poca cantidad, sino la deficiencia en la calidad, la causa de los errores cometidos por el Congreso.
Para esplicarse pues esa verdadera aberración, puesto que no es admisible que en un pueblo compuesto de hombres concientes y capaces de darse cuenta del valor relativo de los que aspiran a dirigir los negocios públicos [...] es necesario ante todo estudiar los elementos constitutivos de la población o sociabilidad de las provincias que, en los últimos tiempos, han sido los núcleos donde se han incubado las reacciones contra todo lo que fuera libertad política y buen orden administrativo, o de dónde han recibido eficaz apoyo los que en la capital han actuado en el mismo sentido. Es además, de esas provincias de donde han venido la mayor parte de los que sólo han buscado los altos y aun secundarios puestos de la administración, para satisfacer su sed de dinero y de goces materiales, convirtiendo las funciones de gobierno en un mercado en que todo tenía precio. Y es en ellas –como natural consecuencia de los abusos por sus mandones locales cometidos, y por la falta de elementos propios de vida, que les quita el derecho de atribuirse, como se han atribuido y lo pretenden todavía el derecho de representar los intereses de la gran mayoría del país que no ha descendido tan bajo en su nivel moral, ni olvida que la primera ley humana es la del trabajo– donde hoy más arrecia la crisis financiera y donde la miseria del pueblo llega a extremos de hacer la vida casi imposible.[...] Ya hoy mismo, una buena parte de los senadores y diputados que ocupan una banca en el Congreso, no representan a pueblos o provincias que valgan en la debida proporción, es decir, que tengan un volumen político y económico que los ponga en condiciones de figurar al lado de las otras, como entidades ponderables dignas de ser tenidas en cuenta, en esa escala, en las deliberaciones de aquel alto cuerpo; siendo una verdadera anomalía que se hayan admitido y figuren como estados federales, acordándoles el derecho de influir y decidir con su voto, en la solución de cuestiones financieras, que no las afectan sino en mínima parte, puesto que contribuyen apenas en proporción verdaderamente infinitesimal, a la formación del tesoro nacional, sacándole en subvenciones una suma muy superior a la que aportan.
Pero hay más.
Es indudable que el mismo argumento puede aplicarse a otras más pobladas, que pretenden influir, en primera línea, en la marcha política del país, pues no debe racionalmente computarse, como cantidad igual para aquel objeto, la enclenque población de algunas ciudades mediterráneas, que nada producen y muy poco consumen con la que, en el litoral se entregan con febril actividad al trabajo que todo lo fecunda. No es sin embargo, nuestro propósito, hacer propaganda en favor de la idea, que tantas veces se ha enunciado, de restablecer el equilibrio político, haciendo de dos o tres provincias, de escasa población y recursos, una que viniera a colocarse, por su incremento en ambos sentidos, en condiciones de alternar, sin mengua de la justicia, al lado d las que tienen la necesaria importancia para figurar como estados federales. No, no es esa nuestra idea, por más que ella ha debido imponerse a los que constituyeron la nación, como un acto necesario para evitar las graves dificultades con que hoy tropezamos. Porque, ya lo hemos dicho, la indebida representación en el senado, de provincias que no lo son, sino en nombre, disminuye la influencia de las que, por su riqueza y estado superior de ilustración y cultura, debieran tenerla, decisiva, en las cuestiones que afectan el desarrollo de esa riqueza y el progreso institucional, intelectual y moral del país.
Es de toda evidencia, que no pueden pensar el mismo modo, a esos diversos respectos, los hombres criados y educados en puntos lejanos del litoral, donde el medio ambiente que se respira es el de una holgazanería patriarcal, y en los que se vive intelectualmente, más de las reminiscencias del pasado y de las patrióticas aspiraciones de un mejor porvenir, y los de las provincias cuya posición topográfica y la afluencia de inmigración, pone a sus habitantes en contacto con las ideas y adelantos de la moderna civilización, despertando en ellos, no sólo mayores deseos de bienestar y progreso, sino sentimientos de fraternidad y tolerancia hacia el extranjero, casi desconocidos en las gentes de tierra adentro.
Curiosamente, se oponen a un nuevo censo hasta no reformar la Constitución, pensando más en el número absoluto de representantes del Interior -que aumentaría algo sin la reforma- que en su participación relativa:
[...] No, ya que no intentamos siquiera hacer desaparecer esas provincias liliputienses, esos verdaderos reinos de Mosquitia, que sostienen en el Interior su rango de tales, con las contribuciones que pagan los hombres trabajadores, es decir, las razas más productoras y consumidoras del litoral; no levantemos al menos el nuevo censo, antes de reformar la constitución en la parte que dispone que se elija un diputado por cada veinte mil habitantes, pues, haciéndolo, aumentaríamos enormemente los gastos públicos y nos espondríamos a nuevas decepciones sobre la preparación y tendencia de los diputados. No es cuestión de que, si no basta un cañonazo, se tiren dos, pues no es la poca cantidad, sino la deficiencia en la calidad, la causa de los errores cometidos por el Congreso.
Melchor Rom, El Economista Argentino, 1894
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