Entre los partidos simultáneos y el metralleo de remedios que me hacen quedar dormido incluso frente al verde brillo de la TV, bajé mi intensidad mundialista. Es decir: mi cuerpo se ve venir ese vértigo invivible de los octavos -- ese viento frío sobre la frente que, dicen, preanuncia la muerte. Esto va sólo para cumplir, onda Polonia-Costa Rica o Costa de Marfil-Serbia:
Perla negra. Los movimientos de autodeterminación. Desarmaron el fútbol yugoslavo, deterioraron el soviético y el checoslovaco y -mucho peor que todo lo anterior- le impidieron al gran George Best jugar un Mundial. (Btw: felicitaciones a la declaración más valiente del Mundial, la de Hernanii desmitificando la República Checa luego de su victoria contra USA). El corolario es claro, y paradójico: hay que recrear todos esos movimientos regionalistas brasileños que hubo en el siglo XIX. La mariposa que aleteó en Europa se llamó Napoleón, y el tifón que arreció en todo el mundo fue el Pentacampeao. La fuga Joao VI desde Portugal en 1808 fue clave para que Brasil fuera un Imperio, y la presencia de un Emperador fue decisiva para que -a diferencia de lo que ocurrió en la América Hispana- Brasil se mantuviera unido. Imaginate, por ejemplo, que si hubiera tenido éxito la Guerra dos Farrapos, Ronaldinho jugaría para Rio Grande de Sul; y la cosa podría haber sido mucho peor.
Perla blanca. Esta adivinanza: ¿en qué mundial la Argentina le ganó a una selección de confederación exótica -sufriendo un poquito sobre el final-, aplastó a un europeo oriental y empató con un grande del fútbol europeo, todo eso en la primera ronda, y jugó en octavos contra un latinoamericano con quien no se enfrentaba en mundiales desde 1930?
Insensato, no sabes lo que dices.
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