Hasta hace quince años, las leyes de impuestos sólo tenían en mira la reunión de los indispensables recursos para satisfacer los servicios públicos... Hemos dicho que hasta hace más o menos quince años, las leyes de impuestos sólo buscaban los necesarios recursos para satisfacer los servicios públicos, desarrollándose la producción y la riqueza sin más protección que la de natural tutela de los gobiernos para dar seguridad a la vida y la propiedad y las limitadas facilidades de crédito de bancos dirigidos con prudencia y acierto. Pero desde 1887, en que reinaron de una manera absoluta en los consejos del gobierno general, las ideas y los intereses de las provincias mediterráneas, se operó una reacción proteccionista que trajo como resultado la sanción de la ley de los llamados bancos garantidos y la considerable elevación de las tarifas aduaneras sobre los artículos que producían o eras susceptibles de producir aquellas provincias. Es pues, al calor de esa decidida protección que nacieron o crecieron industrias que, a pesar de ella, no prosperan en la escala que debieran si más cerca del litoral estuvieran y si sus productos fueran más perfeccionados. Y aquí debemos consignar una opinión, ya antes por nosotros enunciada, a saber: que los que así han violado la justicia distributiva, con una legislación que ha favorecido esclusivamente las industrias regionales, perjudicando a otras ubicadas en otras secciones del país, que han tenido y tienen vida independiente, no se han dado cuenta de que violaban al mismo tiempo las leyes del espacio y del tiempo, sembrando invencibles dificultades que imposibilitarían el completo éxito de sus por otra parte laudables esfuerzos. Ahí están los hechos atestiguando nuestra previsión y lo fundadas de nuestras oportunas advertencias, pues los gastos de transporte y los intereses de los capitales absorben los beneficios e impiden dar a algunos de los productos el grado de perfeccionamiento que los harían aceptables.
viernes, octubre 07, 2005
the economist siempre te salva
o, bueno, en este caso, El Economista Argentino, un semanario que era una especie de La Ciencia Maldita del siglo XIX. Así hablaban, en 1899, los malvados porteños que no querían compartir la prosperidad con nuestras pobres provincias, y de paso te describen al verdadero Juárez Celman: no el free-marketer que después pintaron, sino un proteccionista provincial.
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