Nos preocupa la falta de viviendas. Casi un millón de porteños tienen dificultades habitacionales, los sectores medios no tienen acceso a un crédito, igual que los más jóvenes, y hay muchísimos homeless . Por eso, Macri no cumple con los derechos humanos fundamentales.
jueves, enero 31, 2008
gobernar es violar derechos
Fijate lo que hace Macri, por ejemplo:
rogue trader
Es posible que la historia del francesito que perdió billones sea incluso mejor que esa razonable película para trasnoche (la vi a las 4am o algo así, creo recordar) sobre Nick Leeson, el que comparte con The Argentine Republic el honor de haber hecho quebrar la Baring, sólo que ciento cinco años después. Lo lindo del francés es que se especula con que fueron sus acciones los que determinó que la Fed tomara la decisión más inesperada en una generación, la baja de 0,75% de la semana anterior.
Yo todavía creo que la Fed puede salvar a USA de la recesión. Y es por unas partículas tozudas que en este momento están haciendo una manifestación dentro del cerebro de Ben Bernanke. El presidente de la Fed ha escrito mucho sobre la trampa de la liquidez, y sobre la confianza en que la política monetaria sí pude sacarte de la recesión, siempre que seas suficientemente valiente. Bernanke tiene con la tasa de interés una relación como la que yo tengo con mi segundo saque. Me he propuesto que puedo hacer todas las doble faltas que quiera, a condición de que el segundo saque pase la red, ie.: si fallo que sea por boludo, pero no por cagón. Él se perdonaría a sí mismo una recesión sólo si llegó con la tasa al 0,5%, arriesgándose a la inflación.
(Pegué abajo un articulito introductorio sobre el tema americano, cuya discusión más profunda tengo pendiente)
Yo todavía creo que la Fed puede salvar a USA de la recesión. Y es por unas partículas tozudas que en este momento están haciendo una manifestación dentro del cerebro de Ben Bernanke. El presidente de la Fed ha escrito mucho sobre la trampa de la liquidez, y sobre la confianza en que la política monetaria sí pude sacarte de la recesión, siempre que seas suficientemente valiente. Bernanke tiene con la tasa de interés una relación como la que yo tengo con mi segundo saque. Me he propuesto que puedo hacer todas las doble faltas que quiera, a condición de que el segundo saque pase la red, ie.: si fallo que sea por boludo, pero no por cagón. Él se perdonaría a sí mismo una recesión sólo si llegó con la tasa al 0,5%, arriesgándose a la inflación.
(Pegué abajo un articulito introductorio sobre el tema americano, cuya discusión más profunda tengo pendiente)
¿se viene la Gran Recesión?
Se dice que los economistas han pronosticado cinco de las últimas dos recesiones. La próxima recesión norteamericana, si es que llega, será una de las más anunciadas de la historia. Desde hace varios años se sabe dónde está la causa de la próxima recesión y dónde el motivo por el cual se ha empecinado en no ocurrir. Esos lugares eran uno solo: el alma norteamericana. Los estadounidenses incubaban su propia ruina porque el excesivo optimismo respecto al valor de sus propias casas inflaba una burbuja que tarde o temprano explotaría; pero mientras la sensación de riqueza animara el consumo, la economía era maravillosa: bajo desempleo, baja inflación, crecimiento.
¿Qué ha cambiado para que de repente veamos a demócratas y republicanos negociando un paquete de gastos públicos y recortes impositivos extraordinarios para estimular la economía? Por el momento no ha habido datos duros que hablen claramente de una recesión, sino más bien titulares sensacionales asociados a la crisis hipotecaria: pérdidas multimillonarias en los bancos, parálisis en la construcción, caídas en el precio de la vivienda. Las cifras de economías maduras siempre saben a poco para el observador argentino, acostumbrado a las volatilidades de dos cifras de la cambiante econonomía local. Hasta el momento la propiedad ha bajado cerca de 7% en todo el año; en nuestra propia crisis los valores en dólares de la propiedad se redujeron a la mitad o menos. Pero el cambio de tendencia es muy significativo: la caída de precios instala la idea de que comprar ahora es mal negocio, lo cual seguramente prolongará la línea bajista.
¿Cómo se transmite la anemia hipotecaria a la economía en general? Un canal es el financiero: los bancos pierden plata, el depositante querrá su dinero, los bancos recortarán los préstamos para poder devolverlo, y el ajuste crediticio afectará a la economía. Aunque fuera suave, una contracción crediticia es preocupante en un país en el que endeudarse para consumir es un modus vivendi que se da por sentado. En el extremo, el pánico hipotecario podría dar lugar a un pánico bancario. No parece por el momento un escenario probable: Estados Unidos no es la Argentina, y el depositante confía en que llueve o truene alguien le devolverá su dinero.
Más inquietante es la percepción del consumidor sobre su riqueza y sobre su futuro. El pesimismo se ha generalizado: un 62% de los norteamericanos cree que la economía está empeorando –más que en cualquier momento desde 1990– y tan sólo 4% que está mejorando. En este contexto sombrío, cualquier dato mínimamente negativo se lee como una señal ominosa. Por ejemplo: una caída de 0,4% de las ventas minoristas entre noviembre y diciembre fue poco menos que celebrada por recesionistas natos como Paul Krugman. Poco importaba que esas transacciones hubieran sido 4% más altas que el año anterior y que en los últimos 72 meses –un período de crecimiento económico– una baja de mes a mes en las compras minoristas ha ocurrido en nada menos que 21 ocasiones.
Con todo, cuando todo el mundo está equivocado, todo el mundo tiene razón. Si los americanos están convencidos de que vienen tiempos difíciles, esos tiempos difíciles llegarán. En ese caso, la cuestión pasa a ser si el gobierno elegido por el pueblo y para el pueblo es capaz de revertir el ánimo depresivo de ese mismo pueblo. En el pasado reciente, la influencia de la política económica –particularmente, la monetaria– ha sido fundamental para moderar los vaienes propios del ciclo de negocios. En los últimos 25 años, la economía norteamericana cayó de un año a otro solamente en una ocasión (en 1991) y por apenas 0,2%.
Hoy la discusión entre economistas estadounidenses es si conviene más una política fiscal, una monetaria, o una combinación de ambas para evitar una caída recesiva. A favor de la política fiscal se dice que impacta directamente sobre el gasto, mientras que la monetaria (reducir las tasas de interés) puede no funcionar cuando el miedo a endeudarse es mayor que la ansiedad por consumir, y además corre el riesgo de despertar la inflación. A favor de la monetaria está su efectividad en ocasiones anteriores y la ventaja de que, a diferencia de una expansión fiscal, no incrementa el déficit público.
Aquí nos abstendremos de pronosticar la próxima recesión. Imaginamos que habrá un salvador conocido (el presidente de la Reserva Federal) y uno completamente nuevo para los Estados Unidos desde el siglo XIX: el resto del mundo. Ben Bernanke, que ha hecho carrera enseñando cómo reaccionar ante crisis depresivas, llevará adelante una política monetaria todo lo expansiva que sea necesario, y quizás más. Esa política no fortalecerá al dólar –más bien al contrario– pero sí a la economía norteamericana. Un poco a la Argentina, Estados Unidos se hará más fuerte haciendo débil a su moneda y aprovechando esa rentabilidad para exportarle a un mundo que crece como nunca.
¿Qué ha cambiado para que de repente veamos a demócratas y republicanos negociando un paquete de gastos públicos y recortes impositivos extraordinarios para estimular la economía? Por el momento no ha habido datos duros que hablen claramente de una recesión, sino más bien titulares sensacionales asociados a la crisis hipotecaria: pérdidas multimillonarias en los bancos, parálisis en la construcción, caídas en el precio de la vivienda. Las cifras de economías maduras siempre saben a poco para el observador argentino, acostumbrado a las volatilidades de dos cifras de la cambiante econonomía local. Hasta el momento la propiedad ha bajado cerca de 7% en todo el año; en nuestra propia crisis los valores en dólares de la propiedad se redujeron a la mitad o menos. Pero el cambio de tendencia es muy significativo: la caída de precios instala la idea de que comprar ahora es mal negocio, lo cual seguramente prolongará la línea bajista.
¿Cómo se transmite la anemia hipotecaria a la economía en general? Un canal es el financiero: los bancos pierden plata, el depositante querrá su dinero, los bancos recortarán los préstamos para poder devolverlo, y el ajuste crediticio afectará a la economía. Aunque fuera suave, una contracción crediticia es preocupante en un país en el que endeudarse para consumir es un modus vivendi que se da por sentado. En el extremo, el pánico hipotecario podría dar lugar a un pánico bancario. No parece por el momento un escenario probable: Estados Unidos no es la Argentina, y el depositante confía en que llueve o truene alguien le devolverá su dinero.
Más inquietante es la percepción del consumidor sobre su riqueza y sobre su futuro. El pesimismo se ha generalizado: un 62% de los norteamericanos cree que la economía está empeorando –más que en cualquier momento desde 1990– y tan sólo 4% que está mejorando. En este contexto sombrío, cualquier dato mínimamente negativo se lee como una señal ominosa. Por ejemplo: una caída de 0,4% de las ventas minoristas entre noviembre y diciembre fue poco menos que celebrada por recesionistas natos como Paul Krugman. Poco importaba que esas transacciones hubieran sido 4% más altas que el año anterior y que en los últimos 72 meses –un período de crecimiento económico– una baja de mes a mes en las compras minoristas ha ocurrido en nada menos que 21 ocasiones.
Con todo, cuando todo el mundo está equivocado, todo el mundo tiene razón. Si los americanos están convencidos de que vienen tiempos difíciles, esos tiempos difíciles llegarán. En ese caso, la cuestión pasa a ser si el gobierno elegido por el pueblo y para el pueblo es capaz de revertir el ánimo depresivo de ese mismo pueblo. En el pasado reciente, la influencia de la política económica –particularmente, la monetaria– ha sido fundamental para moderar los vaienes propios del ciclo de negocios. En los últimos 25 años, la economía norteamericana cayó de un año a otro solamente en una ocasión (en 1991) y por apenas 0,2%.
Hoy la discusión entre economistas estadounidenses es si conviene más una política fiscal, una monetaria, o una combinación de ambas para evitar una caída recesiva. A favor de la política fiscal se dice que impacta directamente sobre el gasto, mientras que la monetaria (reducir las tasas de interés) puede no funcionar cuando el miedo a endeudarse es mayor que la ansiedad por consumir, y además corre el riesgo de despertar la inflación. A favor de la monetaria está su efectividad en ocasiones anteriores y la ventaja de que, a diferencia de una expansión fiscal, no incrementa el déficit público.
Aquí nos abstendremos de pronosticar la próxima recesión. Imaginamos que habrá un salvador conocido (el presidente de la Reserva Federal) y uno completamente nuevo para los Estados Unidos desde el siglo XIX: el resto del mundo. Ben Bernanke, que ha hecho carrera enseñando cómo reaccionar ante crisis depresivas, llevará adelante una política monetaria todo lo expansiva que sea necesario, y quizás más. Esa política no fortalecerá al dólar –más bien al contrario– pero sí a la economía norteamericana. Un poco a la Argentina, Estados Unidos se hará más fuerte haciendo débil a su moneda y aprovechando esa rentabilidad para exportarle a un mundo que crece como nunca.
viernes, enero 25, 2008
llegaremos a 20 grand slams
Que sufrimiento estar recorriendo una isla entera a las 7 de la manhana buscando una television con satelite para ver el partido mas peligroso que tuvimos en los ultimos anhos, sacando por supuesto a Rafa en la maldita tierra roja. Que sufrimiento fracasar y terminar en un internet siguiendo el score electronico en australianopen.com. Que sufrimiento perder el primer Grand Slam de los ultimos tres anhos fuera de la maldita tierra roja. Volverermos, ahora sin la presion de este semi-invicto.
lunes, enero 21, 2008
los idos de enero
No que este blog existiera, pero ahora por diez días decididamente no existirá. Nuevo error del economista: a Brasil a 1,80 reales por dólar. Mamita.
En febrero volvemos con todo.
En febrero volvemos con todo.
jueves, enero 17, 2008
seguimos posponiendo
No me refiero a la incomprensible parrafada del otro día -devaluada mediáticamente luego de más signos de Gran Recesión y cuantiosas pérdidas personales en la Bolsa de Valores- sino al Tridente de Oro. Tévez es del 84, o sea que no llega a los Juegos Olímpicos, y no está entre los tres mayores convocados, que serían Riquelme, Demichelis y Mascherano. A Román lo defendimos en la mala, pero ahora hay que reconocerlo: es menos que Tévez si estás obligado a elegir. En todo caso, ¿es tan imprescindible Demichelis?
Voy a hacer un piquete en la AFA. No puede ser que no hayan jugado un partido completo Messi, Agüero y Tévez. Los Juegos Olímpicos son un buen banco de pruebas para el Mundial; además es más fácil, y los envalentonaría; además seríamos bicampeones. Messi puede jugar de cualquier cosa, pero para mí y para él es mejor arrancando por el medio. Allí se consagrará como el mejor jugador del mundo y uno de los mejores de la historia. Tévez tiene un gol cada dos partidos en el Manchester, y es un tipo que hace mucho más que goles. Otro que no para de embocarla y también hace mucho más que goles es el Poeta Maldito del fútbol argentino, el Kun. Se dice de él:
Voy a hacer un piquete en la AFA. No puede ser que no hayan jugado un partido completo Messi, Agüero y Tévez. Los Juegos Olímpicos son un buen banco de pruebas para el Mundial; además es más fácil, y los envalentonaría; además seríamos bicampeones. Messi puede jugar de cualquier cosa, pero para mí y para él es mejor arrancando por el medio. Allí se consagrará como el mejor jugador del mundo y uno de los mejores de la historia. Tévez tiene un gol cada dos partidos en el Manchester, y es un tipo que hace mucho más que goles. Otro que no para de embocarla y también hace mucho más que goles es el Poeta Maldito del fútbol argentino, el Kun. Se dice de él:
La genialidad sólo es tal si sale natural, sin buscarla ni planearlo todo para impresionar al personal. Tiene que parecer fácil e instintiva. Orson Welles, por ejemplo, ideó Ciudadano Kane para que todo el mundo le hiciera la ola (y lo logró), pero la peli resulta hueca. Billy Wilder hizo una aparentemente sencilla comedia romántica sin más propósito que entretener, pero como el tipo era un sabio le salió El Apartamento, una obra maestra que es la vida misma. Basándonos en esta premisa y viendo el gol que tumbó anoche al Valladolid, Agüero es un genio y, probablemente, aún no es muy consciente de ello. Cuanto más dure esa ignorancia, mejor.¿Qué carajo estamos esperando?
El chico recibió un taconazo de Luis García fuera del área y, de repente, era gol. La primera sensación fue que algo grande había pasado, pero hasta que la tele no empezó a repetir la jugada no estaba muy claro cómo. A cámara lenta lo vimos claro: arrancó como un tiro y Bea sólo sintió una ráfaga de aire a su lado, luego desmadejó a Borja con un ligero amago y batió al portentoso Alberto de esta eliminatoria con un remate cruzado. Duró un segundo y pareció facilísimo. No lo fue, fue una maravilla minimalista obra de un genio. El Atleti tiene un lujo que no siempre merece.
martes, enero 15, 2008
¿ben en su salsa?
Tengo poco tiempo, voy a escribir esto sin respeto por el lector. Ideas sueltas. A cambio de ese desdén, tiro mi consejo financiero del año (en mis dos años anteriores pegué uno -comprar oro a US400- y erré uno -apostar que Roger ganaba Rolanga-).
Como panglossiano que soy, me resisto a creer en la posibilidad de una Gran Recesión, hoy pronosticada por Krugman, Summers, Greenspan - que no por Marito Blejer en la nota recién recomendada. Evidentemente, como siga el pesimismo en Estados Unidos, y como siga la caída del precio de las propiedades, hay un efecto sobre la demanda por consumo. Y eso tira abajo la economía. Entendido. Y pesimismo que lo hay lo hay. Ayer leía una larga encuesta del NY Times, en su mayoría sobre las elecciones, pero que también tenía preguntas sobre la economía (vale la pena, pero es pdf). Como allá tienen memoria, te ponían no sólo la respuesta de la gente en este momento, sino también su evolución en el tiempo. En la pregunta "Do you think the economy is getting better, getting worse, or staying about the same?" (página 6 de la encuesta) el pesimismo era récord desde 1990: 62% de la gente cree que the economy is getting worse, 33% about the same y sólo 4% better. Bastante contundente.
Los ciclos de expectativas son algo muy difícil de dominar. Ahora le echan la culpa a Greenspan, que con la tasa del 1% supuestamente alimentó la burbuja. Pero la inflación de los bienes fue baja. Con una tasa más alta, ¿no habría habido una deflación de bienes? ¿Puede uno cambiar el precio relativo entre las cosas y las casas con la tasa de interés? Si uno no lo puede hacer, ie., si los precios relativos no dependen de la política monetaria, entonces menos inflación de las casas implicaba menos inflación de las cosas; esto es, deflación o casi deflación. Not good, según todos los manuales. Entonces: creo que las burbujas ocurren y es difícil pincharlas sin side-effects jodidos. Si la gente cree que las puntocom son el futuro del mundo, no habrá manera de cambiarlo: subiendo la tasa de interés podés bajar el valor presente de esos proyectos hasta un nivel que consideres un-bublicious, pero si la gente está empecinada en creer que el valor real de esos proyectos es altísimo, ¿no estás generando una deflación hoy?
Anyways, si las burbujas ocurren suceden también los pánicos. Y es lógico que en principio, esto es, antes de la intervención de la política económica, esos pánicos tengan efectos recesivos. Primero por la demanda por consumo, segundo, por el sistema financiero. La pregunta es: ¿no pueden combatirse esos efectos depresivos por la vía de la política fiscal y/o monetaria? A mí me gusta considerar primero la monetaria, que es como gratis. De la fiscal no tengo nada muy interesante para decir (sí, ayuda, más o menos en la medida en que gastes más, pero te trae unos problemas de déficit - that's about it).
El argumento inicial en pro de la política monetaria: bajás la tasa, la gente gasta más. ¿No es que no creés que los bancos centrales pueden manejar la tasa de interés de mercado, Rollo? No en un país pequeño (nosotros), sí en USA. La cantidad de dólares que puede emitir la Fed es mucho mayor que la cantidad de pesos que puede emitir el BCRA aun si se compara cada caso con el total de activos del país. Si la tasa del Fed está a 0%, es difícil que las tasas más cortas de préstamos no estén muy bajas: no puede haber un arbitraje masivo en el que todos los norteamericanos sacan su plata hasta que se levanta forzosamente la tasa de corto hasta su nivel "de mercado"; si lo hay, finalmente baja entonces la tasa de interés mundial. Ese arbitraje sí ocurre en la Argentina, y nadie va a prestar un peso por un mes a una tasa menor que que la tasa del bono argentino (al fin y al cabo, una tasa de interés internacional) más los riesgos correspondientes.
Los interrogantes sobre la capacidad de la política monetaria para reactivar son dos, y casi opuestos: en uno el obstáculo es la deflación, en otro es la inflación. El primero es el famoso argumento de Keynes de la trampa de la liquidez. Imaginemos a la economía en recesión. Querrás bajar la tasa de interés real. Si hay inflación, basta con una tasa de interés nominal baja: 2% de tasa menos 5% de inflación, por ejemplo, te da una tasa de interés real negativa, -3%. Es difícil que eso no reactive la economía. Pero, ¿qué pasa si hay deflación? Si hay deflación querrás llevar la tasa al 0%. Con 3% de deflación, todavía tenés una tasa de interés real positiva de 3%, que quizás no reactiva. Menos de 0% no puede ser la tasa de interés nominal: nadie va a prestar si le devuelven menos plata que la que pone. Entonces la manera de bajar la tasa de interés real es generar inflación. ¿Cómo? Llamen a un grupito de argentinos que empiece a emitir. Bueno, Keynes dice que esto puede no alcanzar: el dinero genera inflación cuando la gente no lo demanda. Pero si emitís por las vías tradicionales (por ejemplo, comprando bonos) la gente va a estar contenta quedándose con ese dinero a cambio del bono: el dinero paga exactamente 0% y su precio nominal es constante; el bono, en este contexo, paga casi 0% -la tasa es muy baja- pero tiene más chances de bajar de precio que de subir. Una tasa de interés baja quiere decir que el bono está caro. Para que un bono que paga 5 dólares al año esté dándo el 1% de interés, tiene que valer 500. Si se espera que la tasa "natural" de interés acabe siendo 5%, entonces el bono puede autodestruirse entre tus manos.
¿Es cierto este primer argumento, de la trampa de la liquidez? Ben Bernanke of all people dice en un discurso del 2002 que podés combatirlo. ¿Hay deflación? Comprá bonos. ¿Sigue la deflación? Comprá más bonos. Comprá euros. Comprá lo que sea. Comprá bonos más largos: garantizá un techo de 1% a la tasa de interés del bono a 30 años, comprometiéndote a comprar la cantidad que sea a a un precio fijo. Incluso: tené déficit fiscal pagado con emisión monetaria. Me parece difícil que esta medicina no funcione.
Creo que el obstáculo que se ve hoy a la política monetaria no es ese, el de la trampa de la liquidez, sino el contrario, el de la inflación. Como si USA tuviera de repente una curva de Phillips cuyas opciones son desempleo de 5% e inflación de 10% o desempleo de 10% e inflación de 5%. Me resulta difícil pensar todo esto sin recurrir a las armas de la economía abierta. ¿Dé qué dependen, en última instancia, los precios? En los sectores transables, de los precios internacionales, ie., del tipo de cambio. En los no transables, de los costos y de la tasa de beneficio. Si la tasa de beneficio es más o menos constante, lo que domina son las variaciones en los costos. ¿Qué hay en los costos? Costos de los factores (capital, trabajo) y costo de los insumos, nacionales e importados. Los importados dependen del tipo de cambio; los nacionales, nuevamente de los costos y la tasa de beneficio. En última instancia, y considerando una tasa de beneficio constante: los precios dependen del tipo de cambio, de los salarios y la productividad laboral (que definen el costo del trabajo), del capital y la productividad del capital (que determinan el costo del capital)....
Como panglossiano que soy, me resisto a creer en la posibilidad de una Gran Recesión, hoy pronosticada por Krugman, Summers, Greenspan - que no por Marito Blejer en la nota recién recomendada. Evidentemente, como siga el pesimismo en Estados Unidos, y como siga la caída del precio de las propiedades, hay un efecto sobre la demanda por consumo. Y eso tira abajo la economía. Entendido. Y pesimismo que lo hay lo hay. Ayer leía una larga encuesta del NY Times, en su mayoría sobre las elecciones, pero que también tenía preguntas sobre la economía (vale la pena, pero es pdf). Como allá tienen memoria, te ponían no sólo la respuesta de la gente en este momento, sino también su evolución en el tiempo. En la pregunta "Do you think the economy is getting better, getting worse, or staying about the same?" (página 6 de la encuesta) el pesimismo era récord desde 1990: 62% de la gente cree que the economy is getting worse, 33% about the same y sólo 4% better. Bastante contundente.
Los ciclos de expectativas son algo muy difícil de dominar. Ahora le echan la culpa a Greenspan, que con la tasa del 1% supuestamente alimentó la burbuja. Pero la inflación de los bienes fue baja. Con una tasa más alta, ¿no habría habido una deflación de bienes? ¿Puede uno cambiar el precio relativo entre las cosas y las casas con la tasa de interés? Si uno no lo puede hacer, ie., si los precios relativos no dependen de la política monetaria, entonces menos inflación de las casas implicaba menos inflación de las cosas; esto es, deflación o casi deflación. Not good, según todos los manuales. Entonces: creo que las burbujas ocurren y es difícil pincharlas sin side-effects jodidos. Si la gente cree que las puntocom son el futuro del mundo, no habrá manera de cambiarlo: subiendo la tasa de interés podés bajar el valor presente de esos proyectos hasta un nivel que consideres un-bublicious, pero si la gente está empecinada en creer que el valor real de esos proyectos es altísimo, ¿no estás generando una deflación hoy?
Anyways, si las burbujas ocurren suceden también los pánicos. Y es lógico que en principio, esto es, antes de la intervención de la política económica, esos pánicos tengan efectos recesivos. Primero por la demanda por consumo, segundo, por el sistema financiero. La pregunta es: ¿no pueden combatirse esos efectos depresivos por la vía de la política fiscal y/o monetaria? A mí me gusta considerar primero la monetaria, que es como gratis. De la fiscal no tengo nada muy interesante para decir (sí, ayuda, más o menos en la medida en que gastes más, pero te trae unos problemas de déficit - that's about it).
El argumento inicial en pro de la política monetaria: bajás la tasa, la gente gasta más. ¿No es que no creés que los bancos centrales pueden manejar la tasa de interés de mercado, Rollo? No en un país pequeño (nosotros), sí en USA. La cantidad de dólares que puede emitir la Fed es mucho mayor que la cantidad de pesos que puede emitir el BCRA aun si se compara cada caso con el total de activos del país. Si la tasa del Fed está a 0%, es difícil que las tasas más cortas de préstamos no estén muy bajas: no puede haber un arbitraje masivo en el que todos los norteamericanos sacan su plata hasta que se levanta forzosamente la tasa de corto hasta su nivel "de mercado"; si lo hay, finalmente baja entonces la tasa de interés mundial. Ese arbitraje sí ocurre en la Argentina, y nadie va a prestar un peso por un mes a una tasa menor que que la tasa del bono argentino (al fin y al cabo, una tasa de interés internacional) más los riesgos correspondientes.
Los interrogantes sobre la capacidad de la política monetaria para reactivar son dos, y casi opuestos: en uno el obstáculo es la deflación, en otro es la inflación. El primero es el famoso argumento de Keynes de la trampa de la liquidez. Imaginemos a la economía en recesión. Querrás bajar la tasa de interés real. Si hay inflación, basta con una tasa de interés nominal baja: 2% de tasa menos 5% de inflación, por ejemplo, te da una tasa de interés real negativa, -3%. Es difícil que eso no reactive la economía. Pero, ¿qué pasa si hay deflación? Si hay deflación querrás llevar la tasa al 0%. Con 3% de deflación, todavía tenés una tasa de interés real positiva de 3%, que quizás no reactiva. Menos de 0% no puede ser la tasa de interés nominal: nadie va a prestar si le devuelven menos plata que la que pone. Entonces la manera de bajar la tasa de interés real es generar inflación. ¿Cómo? Llamen a un grupito de argentinos que empiece a emitir. Bueno, Keynes dice que esto puede no alcanzar: el dinero genera inflación cuando la gente no lo demanda. Pero si emitís por las vías tradicionales (por ejemplo, comprando bonos) la gente va a estar contenta quedándose con ese dinero a cambio del bono: el dinero paga exactamente 0% y su precio nominal es constante; el bono, en este contexo, paga casi 0% -la tasa es muy baja- pero tiene más chances de bajar de precio que de subir. Una tasa de interés baja quiere decir que el bono está caro. Para que un bono que paga 5 dólares al año esté dándo el 1% de interés, tiene que valer 500. Si se espera que la tasa "natural" de interés acabe siendo 5%, entonces el bono puede autodestruirse entre tus manos.
¿Es cierto este primer argumento, de la trampa de la liquidez? Ben Bernanke of all people dice en un discurso del 2002 que podés combatirlo. ¿Hay deflación? Comprá bonos. ¿Sigue la deflación? Comprá más bonos. Comprá euros. Comprá lo que sea. Comprá bonos más largos: garantizá un techo de 1% a la tasa de interés del bono a 30 años, comprometiéndote a comprar la cantidad que sea a a un precio fijo. Incluso: tené déficit fiscal pagado con emisión monetaria. Me parece difícil que esta medicina no funcione.
Creo que el obstáculo que se ve hoy a la política monetaria no es ese, el de la trampa de la liquidez, sino el contrario, el de la inflación. Como si USA tuviera de repente una curva de Phillips cuyas opciones son desempleo de 5% e inflación de 10% o desempleo de 10% e inflación de 5%. Me resulta difícil pensar todo esto sin recurrir a las armas de la economía abierta. ¿Dé qué dependen, en última instancia, los precios? En los sectores transables, de los precios internacionales, ie., del tipo de cambio. En los no transables, de los costos y de la tasa de beneficio. Si la tasa de beneficio es más o menos constante, lo que domina son las variaciones en los costos. ¿Qué hay en los costos? Costos de los factores (capital, trabajo) y costo de los insumos, nacionales e importados. Los importados dependen del tipo de cambio; los nacionales, nuevamente de los costos y la tasa de beneficio. En última instancia, y considerando una tasa de beneficio constante: los precios dependen del tipo de cambio, de los salarios y la productividad laboral (que definen el costo del trabajo), del capital y la productividad del capital (que determinan el costo del capital)....
(continuará, que tengo que laburar un rato)
luchar contra el apellido
Hay apellidos que pegan con la actividad profesional (Mario Montoto, de Montoneros, debe ser el caso emblemático) y otros que van en contra, como un periodista que se llame "Fuente Vieja". Pero en mi arbitraria opinión Jorge Fontevecchia acaba de superar a Lani Hanglin como el mejor entrevistador del país. Mirá que no es fácil superar a Lani y su mítico "Ahá" (que no aprueba ni desaprueba lo que acaba de decir el entrevistado, tan sólo consigna que lo ha oído, a la manera del "Ya" de los españoles, prounciado desde luego "ia"). Pero el tipo, Fontevecchia, labura muy bien. Pregunta con mayor idea que un periodista especializado, por ejemplo, en el interesante reportaje del domingo a Mario Blejer. Blejer es un torrente de sensatez. En varios párrafos pensé: "Ah, ahora me doy cuenta de que es esto lo que yo pensaba". Igual no entendí -ie., creo que no compartí- su visión sobre la esterilización en China y en Argentina. Pero claro, él trabaja en el Banco Central más antiguo del mundo y yo trabajo en mi huerta (ya me comí algunas lechugas, y los tomates en cualquier momento revientan de rojo).
jueves, enero 10, 2008
para la nueva derecha
Hagan un poquito de populismo liberal: libre importación del Nano, el auto de 2500 dólares. Para que no sea tan grosero: libre importación de autos con precios menores a 3000 dólares.
¿Se destruiría la industria automotriz nacional, cuyo mayor emblema es precisamente el Sarkozy argentino? No creo. Casi todo el consumo ocurre únicamente por status: las enormes diferencias de precio entre ropa cara y ropa barata, auto caro y auto barato, son un artificio del capitalismo para poder expresar con la mayor precisión posible la estatura social de sus consumidores. Entre ir en colectivo e ir en Nano hay 2500 dólares de diferencia; entre ir en Nano e ir en Mercedes hay 80.000. Pero entre andar en Nano y en Mercedes la diferencia es mucho menor que la que existe entre usar el transporte público y andar en Nano. Y sin embargo el que tiene la plata se compra el Mercedes.
Así que don't worry: el que tenga para el Gol seguirá comprándose el Gol. E incluso estaría más contento: con el volk andando en el wagen de la India, se sentirá que maneja un Mercedes.
oído en la recámara presidencial
(Voz femenina):
- Otra vez dejaste la luz del baño prendida. Concha de tu madre, me regalaste este quilombo energético y encima seguís derrochando.
(Creo que lo de ayer fue Cristina señalando sutilmente la herencia recibida).
- Otra vez dejaste la luz del baño prendida. Concha de tu madre, me regalaste este quilombo energético y encima seguís derrochando.
(Creo que lo de ayer fue Cristina señalando sutilmente la herencia recibida).
desafíos para cristina en el país de las maravillas
La prosperidad trae sus problemas, pero es tanto más amigable que la adversidad. Alfonsín asumió en 1983 en medio de una puja distributiva e inflacionaria a cuyo lado la de hoy no tiene más emoción que un juego de yapeyú; Menem tuvo que ser llamado de urgencia a la Rosada para acabar con la hiperinflación; De la Rúa llegó con la oscuridad en ciernes de la larga noche depresiva que acabaría por devorarlo; el propio Kirchner arrancó en mayo de 2003 con lo que en ese momento no era siquiera un veranito – apenas el capullo endeble, frágil, de esta Argentina floreciente que hoy recibe Cristina.
¿Es la Argentina que le tocó a Cristina el país de las maravillas? Al lado del que recibieron sus antecesores democráticos, no hay dudas de que lo es. Figurémonos un país que en un solo año logra aumentar en un 80% la producción de su artículo emblemático. La Argentina es ese país, pero mejor: se cosechará este verano tanta soja como el anterior, pero valdrá 80% más. El efecto económico (sobre los ingresos y los consumos de la población) es exactamente el mismo, con la pequeña y favorable diferencia de que un mayor precio es más barato de transportar que un mayor volumen. La lista de maravillas apenas comienza con el precio de la soja: sigue con el del maíz, continúa con el desempleo abajo de 8%, con los aumentos de un tercio en la producción automotriz y en la recaudación tributaria; con el crecimiento económico por quinto año en las cercanías del 8%; y hay más.
¿Puede hablarse de “desafíos” económicos de una gestión de gobierno cuando su marca de nacimiento es la prosperidad? Hay al menos tres motivos para no dormirse en los laureles, o mejor dicho en los porotos de soja. En primer lugar: las fortunas económicas no acostumbran a ser eternas. En mayo de 1913 el presidente Roque Sáenz Peña abría las sesiones del Congreso anunciando que “Ninguna nube empaña los horizontes, ningún conflicto amenaza interrumpir las armonías de nuestro engrandecimiento... las rentas crecen sin mermas ni filtraciones, el comercio exterior marca cifras no alcanzadas en la historia de nuestra economía, la corriente inmigratoria supera a las anteriores, las industrias valorizan los productos del suelo, los cultivos se dilatan y el oro afluye como no lo hizo jamás...”. Al año siguiente, el catorce, la paz mundial, la prosperidad y el propio Saénz Peña abandonaban este mundo. En diciembre de 1928 el presidente americano Coolidge aseguró que “ninguno de los congresos norteamericanos reunidos hasta ahora ha contemplado, al examinar el estado de la Unión, una perspectiva más grata”; era el quinto año de una expansión económica que a los pocos meses sería amputada de cuajo por la Gran Depresión.
¿Es posible estar preparados para amenazas que hoy son todavía imaginarias (¿una recesión americana? ¿una guerra en Irán con el petróleo a 200? ¿un crack financiero universal por la pinchazón de la burbuja inmobiliaria?)? No del todo, pero está claro que gastarse el Gordo de Navidad antes de que llegue Año Nuevo no es la política más prudente. La Argentina debería ahorrar en estos annus mirabilis, y prácticamente no lo hace. Del mentado “superávit primario” de 2 y algo del PBI quedan pocas monedas una vez que se pagan los intereses de la deuda; la acumulación de reservas es ahorro ficcional, no genuino, porque a cambio se coloca deuda pública (en billetes o bonos). Chile, por poner un ejemplo cercano, ahorró el año pasado 8 puntos del producto.
Un segundo desafío surge de que la administración de la prosperidad no es mucho menos conflictiva que el gobierno de la escasez. Los seres humanos sufrimos casi tanto la miseria propia como el éxito ajeno; en la prosperidad abunda este último y suelta a volar a las expectativas de mejora. El progreso social tiene sus ritos, y quien los preside queda asociado tanto a sus celebraciones (el anuncio de una mejora salarial) como a sus sacrificios (las huelgas). En la Argentina la administración de la prosperidad tiene dos particularidades que la hacen más ríspida. Una es que se trata de una población que, aun golpeada por años de crisis, mantiene un nivel de expectativas acaso mayores a sus posibilidades. La otra no es ni más ni menos que el principal desafío concreto e inmediato que enfrenta Cristina en el país de las maravillas:
Nos referimos, desde luego, al problema de los precios y de la inflación. No alcanza esa columna, y seguramente habrá otras, para analizarlo en profunidad. Basta aquí con decir que en este punto Cristina sí tendrá que pagar lo que en los años anteriores fue una nueva pasión argentina, como la convertibilidad o la propia tablita de Martínez de Hoz. La Argentina del tres a uno generó todo lo bueno que generó, pero también abrió una brecha entre los precios locales y los precios internacionales tan amplia que sólo puede recorrerse al galope. Para Cristina y los Martines (Redrado, Lousteau) domar ese galope desaparejo de los distintos precios de la economía (salarios, dólar, tarifas, bienes básicos), evitando tanto los largos rezagos como –sobre todo– una estampida general, no puede aprenderse de otro modo que haciendo camino al andar. No será, por lo que puede verse hoy, un arreo sencillo.
¿Es la Argentina que le tocó a Cristina el país de las maravillas? Al lado del que recibieron sus antecesores democráticos, no hay dudas de que lo es. Figurémonos un país que en un solo año logra aumentar en un 80% la producción de su artículo emblemático. La Argentina es ese país, pero mejor: se cosechará este verano tanta soja como el anterior, pero valdrá 80% más. El efecto económico (sobre los ingresos y los consumos de la población) es exactamente el mismo, con la pequeña y favorable diferencia de que un mayor precio es más barato de transportar que un mayor volumen. La lista de maravillas apenas comienza con el precio de la soja: sigue con el del maíz, continúa con el desempleo abajo de 8%, con los aumentos de un tercio en la producción automotriz y en la recaudación tributaria; con el crecimiento económico por quinto año en las cercanías del 8%; y hay más.
¿Puede hablarse de “desafíos” económicos de una gestión de gobierno cuando su marca de nacimiento es la prosperidad? Hay al menos tres motivos para no dormirse en los laureles, o mejor dicho en los porotos de soja. En primer lugar: las fortunas económicas no acostumbran a ser eternas. En mayo de 1913 el presidente Roque Sáenz Peña abría las sesiones del Congreso anunciando que “Ninguna nube empaña los horizontes, ningún conflicto amenaza interrumpir las armonías de nuestro engrandecimiento... las rentas crecen sin mermas ni filtraciones, el comercio exterior marca cifras no alcanzadas en la historia de nuestra economía, la corriente inmigratoria supera a las anteriores, las industrias valorizan los productos del suelo, los cultivos se dilatan y el oro afluye como no lo hizo jamás...”. Al año siguiente, el catorce, la paz mundial, la prosperidad y el propio Saénz Peña abandonaban este mundo. En diciembre de 1928 el presidente americano Coolidge aseguró que “ninguno de los congresos norteamericanos reunidos hasta ahora ha contemplado, al examinar el estado de la Unión, una perspectiva más grata”; era el quinto año de una expansión económica que a los pocos meses sería amputada de cuajo por la Gran Depresión.
¿Es posible estar preparados para amenazas que hoy son todavía imaginarias (¿una recesión americana? ¿una guerra en Irán con el petróleo a 200? ¿un crack financiero universal por la pinchazón de la burbuja inmobiliaria?)? No del todo, pero está claro que gastarse el Gordo de Navidad antes de que llegue Año Nuevo no es la política más prudente. La Argentina debería ahorrar en estos annus mirabilis, y prácticamente no lo hace. Del mentado “superávit primario” de 2 y algo del PBI quedan pocas monedas una vez que se pagan los intereses de la deuda; la acumulación de reservas es ahorro ficcional, no genuino, porque a cambio se coloca deuda pública (en billetes o bonos). Chile, por poner un ejemplo cercano, ahorró el año pasado 8 puntos del producto.
Un segundo desafío surge de que la administración de la prosperidad no es mucho menos conflictiva que el gobierno de la escasez. Los seres humanos sufrimos casi tanto la miseria propia como el éxito ajeno; en la prosperidad abunda este último y suelta a volar a las expectativas de mejora. El progreso social tiene sus ritos, y quien los preside queda asociado tanto a sus celebraciones (el anuncio de una mejora salarial) como a sus sacrificios (las huelgas). En la Argentina la administración de la prosperidad tiene dos particularidades que la hacen más ríspida. Una es que se trata de una población que, aun golpeada por años de crisis, mantiene un nivel de expectativas acaso mayores a sus posibilidades. La otra no es ni más ni menos que el principal desafío concreto e inmediato que enfrenta Cristina en el país de las maravillas:
Nos referimos, desde luego, al problema de los precios y de la inflación. No alcanza esa columna, y seguramente habrá otras, para analizarlo en profunidad. Basta aquí con decir que en este punto Cristina sí tendrá que pagar lo que en los años anteriores fue una nueva pasión argentina, como la convertibilidad o la propia tablita de Martínez de Hoz. La Argentina del tres a uno generó todo lo bueno que generó, pero también abrió una brecha entre los precios locales y los precios internacionales tan amplia que sólo puede recorrerse al galope. Para Cristina y los Martines (Redrado, Lousteau) domar ese galope desaparejo de los distintos precios de la economía (salarios, dólar, tarifas, bienes básicos), evitando tanto los largos rezagos como –sobre todo– una estampida general, no puede aprenderse de otro modo que haciendo camino al andar. No será, por lo que puede verse hoy, un arreo sencillo.
miércoles, enero 09, 2008
al manual
Si fuera jefe del Partido Demócrata, y me preguntaran qué dos cosas hay que evitar a toda costa para no despilfarrar la chance histórica de noviembre -ganarle al partido de un presidente que metió al país en una guerra sin mucho sentido y posiblemene en una recesión- yo diría: no poner de candidato ni a una mujer ni a -disculpen la expresión- un negro, perdón, un Kenyo-Hawaiano. Contra un candidato Republicano presentable (McCain), los dos tendrían serias dificultades. Hoy por hoy, según las encuestas, McCain le gana a Hillary, empata contra Obama y pierde contra Edwards.
martes, enero 08, 2008
uno a uno
Según el Indec -ahora hay que empezar así cada oración que contenga estadísticas públicas- construir un metro cuadrado de una vivienda multifamiliar costaba en diciembre de 2001 405,38 pesos. Ahora cuesta 1278,05 pesos, esto es, 3,1527 veces lo que costaba en el mes de los cinco presidentes.
la hermana hermosa, la libertad
¿Para qué intervinieron la obra social? ¿No basta con la libre elección? En su rol de empresarios de la salud, sería demasiado pedir que los sindicalistas -al cabo, homo economicus como vos y como yo- no se lleven su tajada. Que se la lleven, pero que compitan con otros empresarios de la salud.
jueves, enero 03, 2008
sobre la precisión relativa de la estadística y la meteorología
Ya que se va un hombre del INDEC diciendo que retocan los índices de PBI, vamos a hacer lo que se hace con China: como muchos tienen por inconcebible que crezca al 11%, se fijan en el aumento de la demanda de energía para double check. El ejercicio para Argentina en los últimos dos años da lo siguiente, con datos de Fundelec.
No sé cómo interpretar que siempre crezca menos la demanda de energía que la economía. Es posible que la demanda residencial sea como la materias primas prebischeanas: inelástica respecto al ingreso, y por lo tanto aumente menos que la economía en general. Lo que sí llama la atención es lo del último trimestre con registros: la economía crece al 9% y la demanda eléctrica al 3 ó 4%. Fundelec dice que fueron las moderadas temperaturas. Esperemos a diciembre. Con estos calores debería darse vuelta.
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