Monsieur Telermán es seguramente el
policy maker más ambicioso de la Argentina. No conforme con ser uno de los pocos gobernantes de este país que incluye en su agenda temas que trascienden los aumentos de sueldos o los pedidos de obras (y en un solo mes propone, por ejemplo, la
educación sexual desde el preescolar o las
encuestas del delito) busca además el cambio espiritual, con
su campaña Actitud Buenos Aires. Es tal la confianza en la Revolución de los Corazones Porteños que todo, todo, se espera de ella. Por ejemplo, uno de los avisos dice algo así: "en nosecuántas esquinas de Buenos Aires el nivel de ruido es muy superior al que soporta el oído humano. Cambiemos. Actitud Buenos Aires". No se entiende qué tengo que hacer, Jorge. ¿Hablar más bajo? ¿No tocar la bocina?
Acá creemos también en la Revolución de los Corazones, pero como decía Madison nos gusta pensar el diseño de las instituciones suponiendo que los hombres van a actuar como demonios, no como ángeles. Si fueran ángeles para qué diseñarlas.
La Ciencia Maldita propone para la ciudad de Buenos Aires un
congestion charge como el de Londres: un pago por circular en zonas céntricas y no tan céntricas. Incluiría también a los taxis. Entiendo que suene como algo revolucionario, pero no tanto si pensamos que de hecho está vigente de una manera peculiar: en el microcentro hay un impuesto infinito al transporte privado (está prohibido). ¿Por qué no introducir, para un perímetro mucho mayor que habría que definir, un cierto desaliento a los autos?
Veamos la political economy. Habría beneficiados y perjudicados. Para entender quién se beneficia y quién se perjudica hagamos la lista de las opciones con y sin congestion charge, incluyendo una estimación fantasiosa del costo total gastado en transporte y de los minutos totales de transporte, para alguien que viva en el primer cordón del GBA.
Sin congestion charge:
1. Auto: 20 pesos y 50 minutos.
2. Transporte público: $5 y 90'
Con congestion charge:
3. Auto: $30 y 30'.
4. Transporte público: $5 y 60'.
Serán beneficiados con el cobro del congestion charge los que prefieren, de las cuatro opciones, alguna de las dos últimas. Y serán perjudicados los que prefieren, de las cuatro opciones, alguna de las dos primeras.
Nadie tiene al tope la opción 2, porque la 4 es obviamente superior (menos tiempo, igual dinero). Corolario:
A. todos los que hoy usan transporte público deberían estar a favor del congestion charge.
Después tenemos:
B. los que hoy eligen auto, pero la opción 4 de transporte público más rápido, hoy no disponible, les parece mejor.
C. los que hoy eligen auto, pero la opción 3 de viajar en auto más rápido pagando más, hoy no disponible, les parece mejor.
Estas dos categorías también se beneficiarían. En la oposición tendríamos a los que hoy eligen auto y esa opción es superior a las otras tres. Estarán
D. los que seguirían usando el auto, porque no se suben a un bondi, pero el menor tráfico no les estaría compensando por el pago del congestion charge.
E. los que se pasarían al transporte público, pero preferirían tener la vieja opción de usar el auto sin congestion charge.
El congestion charge debería despertar entonces una alianza menemista: los ricos y los pobres. Los más ricos están en la opción C, a favor del congestion charge para limpiar de otros autos la ciudad. Si hay que garpar, no importa. Los menos ricos en la opción A, también a favor, beneficiados sin ambigüedades porque el colectivo va más rápido. Entre los que hoy viajan en auto y no les gustaría pagar el congestion charge, habría alguna oposición: no de los que se pasarían contentos al transporte público rápido (B), sino de los que se pasarían a regañadientes (E) y los que seguirían usando el auto, pagando el congestion charge a las pueteadas (D).